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El Cristo Dios en el Evangelio y el Corán

¿Cómo entender el versículo coránico Sura V; La Mesa Servida, 116:

«Y cuando dijo Dios: ¡Jesús, hijo de María! ¿Eres tú quien ha dicho a los hombres: ‘¡Tomadnos a mí y a mi madre como a dioses, además de tomar a Dios!?’. Dijo: ¡Gloria a Ti! ¿Cómo voy a decir algo que no tengo por verdad? Si lo hubiera dicho, Tú lo habrías sabido. Tú sabes lo que hay en mí, pero yo no sé lo que hay en Ti. Tú eres Quien conoce a fondo los misterios incomunicables

¿El versículo «Yo no sé lo que hay en Ti» es una negación de la divinidad de Cristo?

Respuesta:

Este versículo no es una negación de la divinidad del Cristo. Para entenderle debemos:
a) colocarlo en su contexto histórico en comparación con los Árabes politeístas del siglo VII.
b) compararlo al texto evangélico.

Contexto histórico

Ha sido difícil de demostrar a los árabes politeístas el Dios único que, además, se encarnó en la persona del Cristo. Es claro que entendían Jesús y María como dos dioses separados, comparables a muchos dioses que adoraban. Este versículo contradice esto.

Comparar al texto evangélico

Las palabras del Cristo dirigidas a Dios: «Yo no sé lo que hay en Ti» son interpretados por algunos como una negación de la divinidad del Cristo, ya que Él ignora lo que está en Dios. Demostramos -en comparación al texto evangélico- que esta interpretación rápida es falsa. Sobre todo porque el Corán en la Sura IV; Las Mujeres 47 se presenta como una confirmación del Evangelio y nos invita además a encontrar el «mejor de los argumentos» (Sura XXIX; La Araña, 46) para seguir «la vía recta» hacia Dios (Sura I; Exordio 6).

El Corán confirma las palabras de Cristo dirigidas a sus apóstoles en el Evangelio. Ellos Le preguntaron acerca de los tiempos últimos y del momento de su retorno:

«Dinos cuándo sucederá eso, y cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo» (Mateo 24,3). Él respondió: «Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre.» (Mateo 24,36).

Esto significa que el Cristo no tenía que declarar «lo que no tenía derecho de decir» como le exprima este versículo coránico. Porque los apóstoles eran incapaces de comprender la inmensidad del Plan Divino, estos «misterios incomunicables», según el Corán.

Por otra parte, el Cristo «no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo» (Juan 5,19). Y también: «y que no hago nada por mi propia cuenta; sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo.»(Juan 8,28). Algunos querrían ver en estos versículos evangélicos una negación de la divinidad del Cristo. ¡No es así! Explicamos la causa abajo.

Jesús hablando a los Judíos les dijo: «Antes de que Abraham existiera, yo Soy» (Juan 8,58). Esto irritó a los judíos que querían lapidarlo, ya que entienden que él se presentaba como Dios encarnado. ¿Cómo Cristo existió ya antes de Abraham? Ciertamente no por su cuerpo creado en las entrañas de María por Dios dieciocho siglos después de Abraham. Entonces es el Espíritu del Cristo, como Dios, que existía antes de Abraham y que es encarnado en María. Jesús dijo también: «Salí del Padre y he venido al mundo…» (Juan 16,28). Por eso Jesús dijo de nuevo: «Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese» (Juan 17,5).

Por lo tanto, debemos discernir en el Cristo, el aspecto físico, su cuerpo creado, y la dimensión divina. Es esta dimensión eterna y divina que anima y da instrucciones a este cuerpo creado que toma sus informaciones del Padre. Por eso Jesús dijo: «ya que no hago nada por mi propia cuenta; sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo». Lo que corresponde en el lenguaje coránico al versículo: «Tú sabes lo que hay en mí, pero yo no sé (como cuerpo humano) lo que hay en Ti». Y al versículo evangélico: «Y que no hago nada por mi propia cuenta; sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo y el que me ha enviado está conmigo» (Juan 8,28). La parte corporal del Cristo no sabe que lo que es revelado por la voluntad divina. Y «El Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que él hace» (Juan 5,20).

Sin embargo, debido al límite de la inteligencia humana incapaz de captar «los misterios incomunicables (inefables)» (Sura V, La Mesa servida, 116), el Hijo no puede revelar toda, de una vez, a una mentalidad humana estrecha, opaca a los planes divinos y a la Esencia divina (la Trinidad, la Divinidad del Mesías, la Eucaristía, la Crucifixión). En el mismo versículo de la Mesa servida, Jesús, se dirigió a Dios y dijo: «Tu en verdad, conoces perfectamente los misterios Incomunicables». Son estas verdades que Jesús en este mismo versículo coránico «no tiene derecho a decir» a los hombres de inteligencia limitada.

Por lo tanto, la respuesta del Cristo no es una negación de su divinidad, sino un límite a lo que tenía que revelar en este momento. Es en un espíritu de pedagogía paterna y de sabiduría divina que el Cristo dijo también:

«Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello» (Juan 16,12).

Esta será la misión del Espíritu Santo de revelar más tarde la plenitud del plan divino misterio para los que le reciben:

«El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo» (Juan 14,26)

Y también:

«Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa» (Juan 16,13).

Pablo toma esta enseñanza, a través de dirigirse a los Corintios:

1 Corintios 3,1-3: «Yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche y no alimento sólido, pues todavía no lo podíais soportar. Ni aun lo soportáis al presente , pues todavía sois carnales».

Debemos haber recibido el Espíritu Santo para entender a Dios y juzgar:

«El hombre de espíritu lo juzga todo; y a él nadie puede juzgarle» (1 Corintios 2,15).

El Espíritu Santo es dado a nosotros los hombres «a renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad» (Efesios 4,23). «Y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios» (1 Corintios 2,10-15).

¿Cuántos hombres de la época del Cristo, de la época de Mahoma en Arabia estaban dispuestos a creer en las verdades divinas? ¿Cuántos hombres, aún hoy, veinte siglos después del Cristo, están dispuestos a creer en las verdades reveladas por el Espíritu Santo, cuyas principales están:

  1. La Trinidad divina
  2. Jesús es el Cristo Mesías anunciado por los profetas (Muchos no creen entre los llamados creyentes judíos, cristianos o musulmanes).
  3. Jesús es la encarnación divina en la tierra.
  4. El Reino de Dios y su templo están DENTRO DE NOSOTROS; este reino es espiritual, no político. No son un lugar geográfico: Jerusalén, Roma, La Meca, etc…
  5. El pan y el vino tomados alrededor de la mesa santa del Cristo son verdaderamente su Cuerpo y su Sangre.
  6. La monogamia y la fidelidad marital.
  7. La inutilidad para la salvación del alma de los sacrificios de animales, de las peregrinaciones geográficas, de los platos puros e impuros… etc.

Todas estas verdades –que el Cristo reveló por el Espíritu Santo después de él- no podían ser entendidas por los Apóstoles y los árabes en su tiempo… y todavía no le son hoy por la gran mayoría de los hombres. El Cristo, que actúa pedagógicamente según los principios de Dios no podía golpear los hombres de su tiempo y revelarles todas estas verdades francamente de una sola vez. Es por esto que a menudo hablaba en parábolas, sabiendo que Él estaba hablando a corazones endurecidos por el placer, el materialismo y las irregularidades mundanas. Los apóstoles mismos no le entendían. Hablando de la monogamia y condenando el divorcio, ellos le respondieron… «Si tal es la condición del hombre con su mujer, no es expediente de casarse. Él les respondió: Todos no entienden este lenguaje…». La pedagogía divina aparece en estas palabras del Cristo: «Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así» (Mateo 19,1-12). El Corán también revela esta pedagogía para el matrimonio, haciendo pasar de la poligamia caprichosa y del divorcio anárquico a la monogamia, a través de pasar por la reducción del matrimonio con cuatro mujeres e indicar la monogamia para la salvación (Ver «Mirada de fe sobre el Corán»).

Ni los Apóstoles en la época del Cristo, ni los Árabes en la época de Muhammad habían recibido la plenitud del Espíritu Santo para comprender la inmensidad del plan divino en el servicio del hombre ahogado obstinadamente en su ignorancia. San Pablo mismo afirma que no recibió que «las primicias del Espíritu» (Romanos 8,23).

Jesús siguió el plan divino a través de confiar lo que es incomunicable al Espíritu Santo. Respetaba, humillándose hasta la cruz, la condición frágil de los hombres. Dios se rebajó por el Cristo para hablar al hombre cara a cara. San Pablo se expresa:

«El cual (Jesús), siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre» (Filipenses 2,6-11).

Así que Cristo fue el instrumento del Padre para hablar al corazón del hombre, ciego y sordo a las verdades divinas. Así que una vez se encarnaba «tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres» para hablar al hombre cara a cara, y luego enviarle su Espíritu Santo.

Por lo tanto, en nuestro tiempo, el Cristo, el también para completar su obra «aparecerá por segunda vez (pero fuera del cuerpo) a aquellos que le esperan (las vírgenes prudentes: Mateo 25) para darles la salvación» (Hebreos 9,28 / 2 Timoteo 4,8). Ya no aparece en el cuerpo, sino por el Espíritu Santo.

El Cristo que había dicho a los Apóstoles de no conocer el momento de su Regreso (Mateo 24,36) y, que en el Corán, dijo al Padre de no conocer sus secretos, sabía bien la hora, el día y los secretos divinos. Pero no estaba el momento de revelar verdades de la salvación que solo el Espíritu Santo tiene por misión de revelar a los que lo reciben en nuestro tiempo.

Bienaventurados los corazones puros capaces de escuchar y entender los murmullos del Espíritu Santo.

(Ver el texto «La Divinidad de Jesús»).

Pierre (29.06.2006)

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